sábado, 14 de enero de 2012

Teología playera


Hay varios motivos por los que vale la pena seguir a Arcadi Espada, pero uno de ellos es las pistas sobre las que coloca a sus lectores. Por ejemplo, hace unos días colgaba en su blog un texto sobre el libre albedrío del biólogo Jerry A. Coyne. El artículo, aun siendo interesante, flojeaba a varios niveles, como mostró minuciosamente Tsevan Rabtan en JotDown. Mi impresión, además, es que lo del libre albedrío es una de esas cuestiones tan grandes que aún no hemos sabido formular adecuadamente, si bien no descarto que sea posible hacerlo: quizás sólo tengamos que esperar que aparezca un Gödel capaz de ponerle el cascabel a este gato. Lo más llamativo para mí del texto fue que Coyne, un biólogo del s. XXI (¡con casi un siglo de Física Cuántica a nuestras espaldas!) tenga una visión puramente determinista de la Física, y ya sabemos lo probable que es acabar diciendo chorradas partiendo de fundamentos endebles. Pero, ojo, también es posible acabar desvariando partiendo de bases más sólidas. Y lo digo porque todo este debate me ha traído a la cabeza una idea que me vino un día de playa mientras jugueteaba con unas piedrecitas, que es en realidad sobre lo que me apetecía escribir.

Era probablemente uno de esos días en los que de tanto darte el sol en la cabeza puedes acabar creyéndote Borges, por lo que consideras que un buen pasatiempo es pensar en la idea de Dios y en el Universo, y acabas -como yo- ideando una estrafalaria teología. Su fundamento es la idea del efecto mariposa o la "dependencia sensible en las condiciones iniciales", ya saben: eso de que un aleteo de mariposa en Almería puede provocar un Huracán en Hong Kong. Pues bien, el Dios de esta teología (al que podemos imaginarnos tranquilamente como un tipo con barba blanca), hecho de la misma materia que el Universo, se dedicaría a aplicar aquí y allá frenéticamente las pequeñas perturbaciones (esos aleteos de mariposa) que necesariamente acaban desembocando en los grandes eventos que condicionan las vidas de todos y cada uno de nosotros, ante los que nuestra capacidad de decidir es nula, como que nos pille un trolebús o que nos crucemos con Mila Jovovich por la calle y nos encuentre súbitamente irresistibles. Este Dios mínimamente intervencionista (quizá por ello del gusto del Tea Party) podría elegir perturbaciones que nunca pudieran ser detectables para los humanos, al lado de las cuales un neutrino es un tranvía: seríamos marionetas incapaces de ver los hilos que nos manejan. Obviamente el instrumental requerido para la tarea de controlar el destino de todos los terrícolas estaría escondido en un rincón del Universo inalcanzable para criaturillas como nosotros.

Creo que la moraleja de esta teología, que siendo materialista se ventila el problema de la sustancia de Dios, y que hace irrelevante el problema del libre albedrío, está clara: cuando vayan a la playa, procuren llevarse una sombrilla.

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