domingo, 22 de abril de 2012

Sobre Piazza Fontana y dos discursos paralelos.

Milán, 1968. En un aula abarrotada de la Università Statale, el multimillonario Giangiacomo Feltrinelli -camisa de cuadros, gafas de gruesa montura negra, poblado bigote y revuelta la escasa cabellera-  se dirige a una entregada audiencia que mayoritariamente, como él, fuma: "El inminente golpe de estado en Italia seguirá un patrón similar al del golpe de estado en Grecia... será necesario recurrir a la resistencia armada...".

Segrate, 1972: la policía identifica los restos de la víctima de una explosión. Se trata de Feltrinelli. Las investigaciones mostrarán que murió manipulando un explosivo con el que pretendía volar una de los cables de alta tensión que abastecen Milán. Una  acción revolucionaria más que culmina una larga y rocambolesca lista que incluyó numerosas visitas a barbudos varios por Latinoamérica, así como su participación en el asesinato del cónsul de Bolivia en Hamburgo como venganza por el asesinato del Che Guevara.


 
Las dos escenas anteriores son de Romanzo di una Strage, la última película de Marco Tulio Giordana (el de La Meglio Gioventù), que nos habla sobre el misterioso atentado de Piazza Fontana. Una historia triste que contiene muchas historias tristes, como la conocida historia del anarquista Pinelli y la menos conocida historia del comisario Calabresi, que fue sobre quien quise escribir en un principio hasta que decubrí que otro madrileño que pasó por Milán ya lo había hecho, y bien, en Jot Down. Pero esta película no es sólo interesante por cómo desmenuza uno de los episodios más controvertidos de la reciente historia italiana, sino por el efectivo retrato que hace de la irrespirable atmósfera política de la Italia de aquellos años, denominados con insuperable precisión los años de plomo. Unos años en los que marxistas, filofascistas y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado estaban atrapados en un endiablado mecanismo de acción y reacción, cada uno alimentado por una fatal convicción: los extremistas marxistas estaban fatalmente convencidos de que sólo una insurrección armada podría prevenir el inminente golpe autoritario que se acercaba; los filofascistas estaban fatalmente convencidos de que sólo un golpe autoritario podría frenar la inminente insurrección popular que acabaría de barrer los restos que quedaban del rígido orden social que añoraban; los que manejaban  los hilos de la seguridad del Estado estaban fatalmente convencidos de que sólo manipulando sin escrúpulos a unos y a otros lograrían evitar el hundimiento del Estado, o su caída en la órbita de la URSS. Convicciones fatales que se alimentaban de una más elemental, común a todos los actores: la de ser los destinados a salvarnos de la barbarie, esa convicción fatal última por la que se reunían en habitaciones en penumbra para idear estrategias que alteraran el curso de la Historia, ese fin superior por el que valía la pena sacrificar algunos peones.

De todo esto  me acordé hace exactamente una semana, en Barcelona, cuando (como mandan los cánones) ojeaba El País Semanal  mientras tomaba el sol en una terraza eficientemente gestionada por unos chinos. Y ahí, junto a las últimas reflexiones de Rihanna, me encontré con un artículo de Juan José Millás - gafas de gruesa montura negra- quien, a cuenta de la famosa foto de Juncker y de Guindos se dirige a una audiencia que, como él, no fuma: "La gobernanza europea está llena ahora mismo de políticos ansiosos por aplicarnos la eutanasia ... Bruselas está llena de enfermeros psicópatas, de doctores Muerte .. los cadáveres somos nosotros, usted y yo ... Claro que las manos que lo aprietan tampoco son, pese a las apariencias, las del presidente del Eurogrupo, sino las de los nuevos golpistas, generales y coroneles del mundo financiero a cuyas órdenes trabajan los dos señores de la imagen...". Un discurso digno de Feltrinelli, es decir, un discurso digno de los años de plomo. Ignoro qué quiere decir que un artículo así aparezca en un diario como El País y que, por fortuna, el mundo siga su curso como si nada. Lo que sí que sé es que es el artículo de Millás sólo sirve para profundizar en nuestra ignorancia y en nuestra intransigencia; para acercarnos, en definitiva, al espíritu de los años en los que transcurre Romazo di una strage.

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