sábado, 15 de diciembre de 2012

Joder con la naturaleza humana

La lectura del año ha sido The Blank Slate, de Steven Pinker. Tan bueno es, que debería empezar este texto imitando lo que decía Cercas a propósito de Bolaño y, si no lo han leído, decirles que dejen inmediatamente de leerme y salgan corriendo hasta la librería más cercana y que se hagan con dos ejemplares ahora mismo (uno para su inmediata lectura y uno de reserva, por si las moscas). El libro de Pinker esencialmente cuenta cómo la ciencia está cambiando nuestra visión de la naturaleza humana y el mensaje fundamental es el siguiente: no somos una tabula rasa, sino una mezcla de nature (genes, o, actualizándolo a 2012, genes y DNA no codificante) y nurture (nuestro entorno, la educación). El resultado es que nuestra naturaleza es tozudamente imperfecta, y la consecuencia política es clara: en muchas ocasiones no tendremos más remedio que encontrar compromisos entre valores, por ejemplo entre libertad e igualdad, porque nunca podremos ser como el Hombre Nuevo que anhelan los totalitarios. Y es en ese terreno donde debería situarse el debate político racional, en la búsqueda del compromiso más razonable. Pinker sostiene además que el éxito del capitalismo o de nuestros Estados de Derecho se debe a que son sistemas que tienen en cuenta nuestras imperfecciones, como nuestros impulsos egoístas o vengativos, y por eso logran compromisos mejorables, pero razonables, que los han hecho exitosos. Hasta que se nos ocurra algo mejor, o hasta que logremos entender en toda su profundidad las soluciones mágicas que nos proponen insistentemente los gurús pero que de momento - ay- nos parecen intolerablemente romas, no tenemos nada mejor para ir tirando.

Pensaba ayer en Pinker (como creo que me ocurrirá muchas veces en el futuro) mientras volvía a casa leyendo El Sueño de Celta, en concreto la parte donde se describen las atrocidades cometidas a inicios del siglo XX en la amazonia del Perú por la industria cauchera. Episodios todos ellos espeluznantes, quizás más por la credibilidad que le doy a Vargas Llosa (¿quién más creíble que un férreo defensor del libre comercio para explicarnos sus abusos?). Los relatos del terrible sufrimiento infligido a los indígenas son ejemplos de cómo se puede desenvolver el animal humano allá donde no llega la ley, o mejor, allá donde no hay contrapesos que puedan frenar nuestros peores impulsos... pues bien, en esto pensaba yo hasta que llegué a casa y abrí con indolencia de viernes la web del periódico y me encontré con que un tipo de Connecticut había matado a veinte niños, uno detrás de otro. Siete adultos, sí, pero también veinte niños. Uno detrás de otro. Ante noticias así, pensé, da igual lo aprendido leyendo a un agudo profesor de Harvard, o haber sabido gracias a un hábil novelista de las atrocidades cometidas contra los indígenas del Putumayo. Yo, al menos, no doy más que para una reflexión: Joder con la naturaleza humana.

2 comentarios:

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  2. Anoche leí unos versos de Tavares y me recordaron la tragedia de Connecticut. (Por cierto, Connecticut llamamos en esta casa ese delicado momento en que se corta el intenné).

    Há ainda rostos que parecem desenhos
    ingénuos de crianças,
    mulheres que ajudam pessoas e homens que são ajudados.
    Mães sacrificam-se e preferem estar doentes
    em vez dos filhos. Há isto, sim,
    mais o universo entortou há muito.

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