viernes, 12 de abril de 2013

Encuentro con Mendoza en Milán

Cuando llego a la sala donde tendrá lugar el encuentro con Eduardo Mendoza la mayor parte de los asientos están ocupados por venerables jubilados italianos, una simetría italoespañola más. Por suerte he logrado adelantarme a la avalancha de erasmus y similares que invadirán la sala unos minutos más tarde (los años en Milán no pasan en balde) así que logro encontrar asiento. Al poco tiempo, Eduardo Mendoza aparece flanqueado por un orondo periodista italiano, que será quien guíe con sus preguntas la conversación, por un profesor italiano de sospechosa melenita azabache y por un señor español con cara de agregado cultural. Este último toma la palabra para hacer, como procede, una introducción muy elogiosa y muy superficial del escritor, durante la cual Mendoza no pierde la sonrisa con la que ha aparecido en la sala, esa sonrisa guasona pero a la vez inocente que se le agazapa bajo el bigote y con la que aparece en las solapas de sus libros y en los periódicos.

Concluida la introducción, Eduardo Mendoza toma la palabra en español (un alivio, porque no habría soportado a Mendoza en itañol) y lo hace con un "inciso protocolario" de agradecimiento a sus anfitriones; basta la precisión de su expresión para recordarme la del innombrado protagonista de su descacharrante serie detectivesca, esa por la que soy un incondicional suyo y cuya última entrega, "El enredo de la bolsa y la vida", traigo conmigo. Me entero poco después que de que el encuentro  sirve para presentar la reciente traducción al italiano de esta novela, a cargo del profesor de peinado persa. Guiado por el dicharachero periodista, Mendoza habla de la inspiración que supusieron los cómics de su infancia, plagados (hasta que llegó Superman, cuya fascinación aún recuerda y sobre quien querría escribir algo) de personajes de verbo florido a los que todo les salía mal. Un poco como le pasa al protagonista de su novela, el investigador accidental salido de un psiquiátrico, un loco entre cuerdos que muchas veces se siente como un cuerdo entre locos, como se sintió el propio Mendoza cuando volvió desde Nueva York a la despendolada Barcelona de los años de la Transición. Habla también de su inconfundible sentido del humor y de cómo sus ocurrencias surgen naturalmente y que hasta él mismo se ríe con ellas, pero reconoce que la tarea de ponerlas por escrito es un asunto más serio y más sufrido porque el humor, dice, exige la precisión de un reloj suizo. Y explica que en su tarea le ayudan un puñado de lectores de confianza a los que pasa la novela cuando está terminada para que le digan si algún chiste falla o si hay algún pasaje que se podría mejorar: una confesión de este tipo en las letras españolas se la recuerdo sólo a  César Vidal, o no. El traductor toma entonces la palabra para explicar sus dificultades para traducir el peculiar humor del barcelonés, en particular los nombres de los personajes. Se ve que el asunto le ha costado unas cuantas canas (contra las que sin duda ha luchado afanosamente): que su italianización más lograda sea la de Ali Aaron Pistolino por Ali Aaron Pilila muestra que el resultado es desigual, aunque reconozco que la tarea no era fácil (no  quiero imaginar por lo que pasó quien tuvo que italianizar al Gumersindo Marranón de 'Riña de gatos').

Avanzando en la charla se toca el tema de la crisis, algo que me sorprende menos y no sólo porque estemos todo el puñetero día hablando de la crisis, sino porque el título del encuentro era, precisamente,  'La novela en tiempos de crisis'. Aquí por un momento el semblante de Mendoza se vuelve más serio: explica que escribió una novela ambientada en una Barcelona en crisis cuando ésta apenas estaba empezando (eso entonces no lo sabíamos) y no podía imaginar que se agravaría tanto. Parece casi arrepentido de haberlo hecho y dice estar muy preocupado por la situación actual, ante la cual se confiesa perplejo: dice que en los últimos años sólo ha crecido en su perplejidad y que ya le gustaría saber cómo salir de esta. Y que por eso, a diferencia de otros escritores que cultivan el género detectivesco como excusa para explicarnos las contradicciones del capitalismo (la frase, naturalmente, es mía), él no pretendía en absoluto dar claves sobre tan complejo asunto con su novela. Como cabía esperar de él,  añade que en su opinión el humor no sirve absolutamente para nada frente a la crisis, ni siquiera como herramienta crítica. Pese a todo, sus contertulios intentan encontrar algún trasfondo político en la aparición de Angela Merkel en la novela, intento que Eduardo Mendoza despacha diciendo que la elección fue por motivos puramente literarios. De hecho,  evocando con gracia el episodio en el que la Merkel se encuentra con su ex-novio español, Mendoza logra arrancar las últimas cacajadas del personal. Con una sonrisa de oreja a oreja le ovacionamos ruidosamente al concluir el acto.

El escritor se queda entonces para firmar libros y decido que esta es una buena ocasión para, por primera vez en mi vida, pedir a un autor que me firme su libro, algo que nunca había hecho por una mezcla de altivez y timidez (si es que ambas cualidades no están mezcladas ya) y porque siempre me había parecido algo cursi. Como hay unas cuantas personas delante de mí, aprovecho para pensar en qué le quiero decir en tan especial ocasión - soy muy de ensayar mentalmente mis parlamentos importantes- y decido que le daré las gracias por dos motivos y le haré una pregunta. Llegado mi turno Mendoza me recibe con una sonrisa, si bien advierto en sus ojos el destello de preocupación del escritor experimentado que ha intuido que soy un pelma de los que se preparan los parlamentos. Ya que voy a hacer algo tan cursi como pedirle que me firme su libro, decido cursilear al máximo y para empezar le doy las gracias por sus novelas, con las que me lo he pasado tan bien ("me lo he pasado pipa", me escucho decir con horror). Noto que la sonrisa persiste pero que el destello de preocupación en su mirada va en aumento, y me doy cuenta de que me he apoyado demasiado en su mesa y estoy comenzando a desplazarla, cosa que logro corregir a tiempo. Recuperada la compostura, la segunda cosa que le quiero agradecer, digo, es que haya dicho que en estos años de crisis ha crecido su perplejidad, porque a mí me pasa lo mismo y reconforta saber que es algo que puede ocurrirle hasta a alguien como él. Mendoza asiente y reitera que sí, que está muy perplejo ante todo lo que está ocurriendo. Entonces le alcanzo el libro y le pido que me lo firme (evito decir "que me lo dedique")  y aunque no quiero mirarle directamente mientras escribe, porque me parece descortés, me parece notar que se toma unos segundos para pensar qué escribir. Entonces caigo en que se me había olvidado la pregunta: si le tienta volver a escribir columnas, aunque sea para intentar sacarnos a todos un poco de nuestra perplejidad o para plasmar las suyas. Me dice que no, que le daría mucha pereza. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no dar nombres le digo que es una pena  porque se le echa mucho de menos en las contraportadas de El País. Le doy las gracias y le dejo atendiendo al resto de personas cuyas miradas me llevo clavadas en la nuca.

Salgo a la Via Dante y antes de tomar el tranvía me paro para abrir el libro y ver qué ha escrito. Como he dicho, era la primera vez que pedía que me firmasen un libro y decido que será la última, porque es difícil que otro escritor pueda superar esta dedicatoria.



3 comentarios:

  1. Yo daría lo que fuera por que Mendoza me escribiese una dedicatoria así.

    Estupenda crónica. Me lo he pasado pipa, y no sólo gracias al profesor de peinado persa.

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  2. Dos grandes en Milano.

    Yo tuve la mala suerte de estar de viaje cuando Mendoza vino a Frankfurt (y lo mismo con Cercas). Espero que, a pesar de lo de Merkel, vuelva.

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  3. Ah, nada como tener amigos que te leen con buenos ojos. Muchas gracias.

    Josepepe: mi experiencia es que para lograr que te hagan una dedicatoria así basta con ser lo suficientemente pelma...

    Aviermen: el propio Mendoza decía que la traducción al alemán saldrá en breve (quién sabe cómo habrán traducido Ali Aaron Pilila) así que atento porque lo mismo vuelve en breve por allí, y para entonces Merkel aún no habrá leído su libro. De hecho le preguntaron al respecto (el tema Merkel era un filón para las risotadas) y dijo que dudaba que la canciller pudiera sentirse ofendida, y que incluso había oído que la Dr Merkel no estaba del todo desprovista de sentido del humor, algo que sólo tú puedes confirmarme.

    (Por cierto, qué tal Cercas últimamente? Sus artículos son dificilísimos de encontrar en la web de El País: ya podrían hacerle un javiercercasblog.com como tenemos un javiermariasblog.com para los de Javier Marías).

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