lunes, 23 de junio de 2014

Sólo se es Grouchy una vez (como mucho).


Leyendo "Momentos estelares de la humanidad", donde Zweig cuenta que la derrota de Napoleón en Waterloo se debió al mariscal Grouchy. Dado el profundo conocimiento de la Historia que poseen mis lectores, lo que sigue no cuenta como spoiler:

Tras huir de su cautiverio en la isla de Elba, Napoleón atraviesa a zarpazos Francia y se encuentra con las tropas prusianas, las primeras en salir a su paso de una alianza internacional decidida a volver a frenar al león. "L'Empereur" les asesta tal golpe que éstas huyen en desbandada; entonces, confiado en su inercia victoriosa, entiende que es el momento de atacar a las tropas de Wellington en Waterloo y terminar de expulsar a los invasores que pretenden subyugarle de nuevo, y con él a Francia. Sus fuerzas, sin embargo, están mermadas, y por ello pide al fiable pero gris mariscal Grouchy -cuyo grado quizás se haya debido más a la fidelidad y a la constancia que al talento militar o a su valor en la batalla - que siga a los prusianos en su retirada, pues un ataque por la retaguardia podría desequilibrar la balanza en su duelo con el frío almirante británico, un duelo que presiente decisivo. Grouchy sigue las órdenes y sale en pos de las tropas prusianas. Convencido de que la retaguardia está asegurada y consciente de que sólo el impulso de sus rápidas victorias le permitirá prevalecer sobre sus poderosos enemigos, Napoleón se decide a lanzar el ataque decisivo contra las tropas británicas en Waterloo. Comienza así una batalla terrible, una de las más cruentas jamás libradas sobre suelo europeo; la lluvia de piezas de artillería es tal que hace que el suelo tiemble incluso a varias millas de distancia, bajo los pies de Grouchy, quien pese a todo sigue decidido a cumplir rigurosamente las órdenes de su superior y seguir avanzando tras las tropas prusianas aunque las puertas del infierno se hayan abierto a su espalda. Sin embargo Napoleón, en la distancia, desearía que Grouchy olvidara sus órdenes y atendiera al reclamo del brutal tambor de una batalla que está decidiendo el destino de Europa. Lo mismo intuyen algunos subordinados de Grouchy, desesperados además porque en la persecución no hay rastro de las tropas prusianas. Pero Grouchy, que quizás en el fondo comparta la intuición de sus hombres, ha llegado a su puesto gracias a una disciplina férrea y a un profundo respeto por la cadena de mando, por lo que decide seguir adelante hasta recibir una contraorden que nunca llega. Al final, el temor de Napoleón se cumple: las tropas prusianas, que habían eludido la persecución de Grouchy, acuden en ayuda de las británicas en Waterloo y desequilibran la balanza a favor de las tropas de Wellington, abriendo en canal al ejército francés. Napoleón ha sido derrotado y el peso de la responsabilidad por la derrota, según Zweig, ha de recaer en el mediocre Grouchy.

La moraleja de este momento estelar está clara: hay situaciones en las que seguir a rajatabla las reglas y los procedimientos puede ser catastrófico, especialmente cuando van en contra del viento de la Historia. Quizás la misma intuición sea la que anime a todos aquellos que con sorprendente frecuencia parecen dispuestos a saltarse las tediosas reglas cuando el Fin (que suele ser alguna palabra con mayúscula) lo merezca. No dudamos que haya ocasiones en las que hacer algo así sea necesario; pero aquí nos permitimos señalar que Zweig habla en su relato de un momento estelar de la humanidad, una de las pocas ocasiones en las que el destino de un continente estuvo en las manos de un solo hombre. Por eso, podemos tranquilizar a las masas desobedientes y asegurarles que es difícil que a los pobres mortales se nos dé la ocasión más de una vez en nuestra vida - y mucho menos con periodicidad casi semanal- de superar en audacia al gris mariscal  Grouchy. Así pues, estén tranquilos, porque es muy improbable que un Zweig futuro les reproche su inacción si en una de esas ocasiones en las que creen llegado el momento de romper con lo establecido, se quedan en casa tomándose un colacao. Dosifiquen, pues, su audacia, que se lo pueden permitir. Y, sobre todo, si sienten a menudo soplar el viento de la Historia, abríguense.

No hay comentarios:

Publicar un comentario